Somos una especie peculiar: animales culturales capaces de heredar
conocimiento cargado de creencias y tabúes que trascienden y perduran en
nuestra imaginación. Sin embargo, si todo aquel saber acumulado, cargado de
prejuicios, ha desencadenado procesos incuestionables de degradación ambiental,
entonces resulta pertinente repensar lo aprendido y cuestionar dónde nos
equivocamos. Sirva la siguiente reflexión para comenzar un amplio debate:
Ayer encontré una protesta peculiar en Facebook contra Facebook. Cinco
jóvenes argentinas subieron fotografías en las que cubrían sus senos con un
fotomontaje de pectorales masculinos, para adjuntar un mensaje irónico: “No
te preocupes esta foto no tiene nada de malo, son pezones de hombre”.
La campaña irrumpió como respuesta a la censura que ejerce el monopolio de Mark
Zuckerberg a fotos de mujeres que exhiben sus pezones en la red social. El
cuestionamiento podría parecer un tema baladí: los pezones femeninos son
“obscenos”. Sin embargo, considero válido, plausible y necesario posicionar en
el debate público aquellos tabúes culturales que más allá de su intrínseca
discriminación sexista, representan una invitación a descolonizar nuestra mente
de artificios y aproximarnos a un pensamiento crítico, como punto de partida
para entender nuestra posición ante el mundo.
¿Por qué en pleno siglo XXI continuamos censurando al cuerpo y no
aceptamos nuestra propia naturaleza?
Podemos afirmar que nuestra especie, en todo tipo de culturas, ha
tendido a decorar sus cuerpos, cubrirlos, estilizarlos, dotarlos de adornos
cargados de simbolismo.
Aquello que llevamos puesto, conlleva ideología, es una clara herencia
que mezcla tabúes, imposición, docilidad social. Aún así, la fórmula de Michel
Faucault es aplicable “donde hay poder hay resistencia”. La
censura es un ejercicio de quien ostenta al poder, en este caso facebook
contempla restricciones que se apegan a los parámetros sociales sobre lo
correcto o incorrecto. Mostrar pezones se considera erótico, sexual, exclusivo
para mayores de edad. Recuerdo que pocos años atrás una amiga española sin
tapujos se quitó su playera y se metió en topless al mar acapulqueño . Pasaron
minutos y de repente dos policías regordetes se hicieron presentes para pedirle
a la incauta turista que cubriera su pecho. Ella protestó, apeló a la equidad
de género e incluso aludió a la misma naturaleza del cuerpo humano, pero los
guardianes de la ley se mantuvieron firmes y amenazaron con detenerla si no se
cuadraba. Paradójico. El catolicismo español censuró el cuerpo desnudo de los
habitantes nativos de estas tierras, pero la historia es caprichosa y, de
repente, una fémina española reclama su derecho a la desnudez ante dos sujetos
de rostro indígena que custodian la playa disfrazados de autoridad.
Aunque con muchos matices, podemos decir que gozamos de la mayor
libertad de expresión antes vista. Probablemente en tiempos de la inquisición,
las cabecillas de esta nueva protesta facebookera hubieran terminado en la
hoguera por herejes y prosaicas; pero actualmente, gracias a la libertad de
internet, podemos transmitir ideas combativas, somos testigos de vertiginosos
cambios sociales, tantos, que quedamos abrumados ante tal cantidad de
información. Pero los hechos están ahí, millones de mujeres pueden
identificarse con este mensaje, que no es nuevo, pero es indicio de una
transición hacia un replanteamiento social que cuestiona las implicaciones de
mostrar el cuerpo en su pureza más natural, sin que ello represente un absurdo
perjuicio al interés colectivo.
Prisioneros de la ropa y su implicación ambiental
En cierta ocasión asistí a un festival de música electrónica en Tabasco.
El sol era inclemente, aún bajo sombra y sin movimiento sudaba a chorros.
Llegué a sentir la camisa tan húmeda, que decidí quitármela. Fue un acto de
liberación. Para mi sorpresa, durante todo el evento no encontré otro
descamisado. Por el contrario, los tabasqueños me veían con rareza. Sin
proponerlo, me confronté a una ideología que ocultaba su cuerpo, aún en el
bochorno tropical.
En 1519, la expedición de Hernán Cortés pasó por las costas tabasqueñas,
donde indígenas mayas, absortos ante la presencia extranjera, decidieron
entregar a los españoles veinte mujeres que exhibían sus pezones sin ningún
pudor, entre ellas la famosa Malinche. Por lógica, para vivir confortablemente
bajo aquel calor, los indígenas vivían en desnudez, como el mismísimo Adán,
pero los conquistadores impusieron paulatinamente ropajes que cubrieran su
pecaminoso salvajismo.
Vestir al desdichado indígena fue la lógica del invasor. Pero las
perspectivas cambian.
Como ejemplo cabe recordar la metamorfosis del connotado antropólogo
brasileño Sidney Possuelo, quien alcanzó fama internacional en los años setenta
al establecer primeros contactos con tribus indígenas en zonas recónditas de la
selva amazónica.
En un principio, Possuelo consideraba que su influencia resultaría
beneficiosa para los nativos, porque les permitiría expandir su perspectiva y
acceder a servicios básicos del mundo “civilizado”; sin embargo, con la
experiencia que significó el contacto con siete tribus, la percepción del explorador
cambió drásticamente: El acercamiento de dos mundos traía aparejado la
desestructuración grupal y necesidades artificiales. Declaró Possuelo “si
les das ropa, luego debes darles jabón para que la laven, ahí comienza el
deterioro ambiental de su paraíso.”
El antropólogo observó que aquellas tribus juzgadas como salvajes desde
la perspectiva etnocéntrica de nuestra civilización, en realidad eran culturas
verdaderamente sustentables, que no representaban gran peligro para el
ecosistema amazónico. Por ello Possuelo, desde su cargo público como director
del FUNAI (Fundación Nacional del Indio), se empeñó en duplicar la superficie
de territorios indígenas que, no es casualidad, son las áreas naturales mejor
conservadas de Brasil.
Mientras tanto, en las ciudades, la ropa es nuestro disfraz obligatorio.
Aunque el calor genere bochorno, nuestro colonialismo mental hace de la
desnudez una vulgaridad. Para la mayoría de las legislaciones, andar encuerado,
aunque sea de la forma más pacífica posible, puede ser interpretado como una
agresión sexual, un acto de locura o protesta que, como en el caso se mi amiga
española, atraería rápidamente a los policías por haber quebrantado el supuesto
orden público.
Evidentemente nuestra vestimenta tiene su sentido de ser, nos protege de
las inclemencias del clima, gracias a su uso sobrevivimos el periodo glacial,
pero hoy nuestro consumismo calienta al planeta. Deseamos posesiones, estar a
la moda, nuestros closets se desbordan y contribuimos, sin meditar mucho en
ello. a enriquecer enormemente a una industria que tiene una altísima huella
ecológica. Las grandes marcas de mayor presencia en el mercado, por lo general
de propiedad gringa o europea, pero Made in China, son responsables
directas de contaminación a gran escala, debido a la cantidad ingente de
tóxicos que liberan al crear atuendos cada vez más plastificados y con colores
inexistentes en la naturaleza.
¿Cómo detener tal vorágine consumista, tal dependencia a la
superficialidad de nuestros ropajes?. La única respuesta que considero viable
es, reconocer la belleza del cuerpo en su sentido más natural. La ropa, al
igual que la riqueza, es un simple medio, no una finalidad en la vida. Mahatma
Gandhi llegó a considerar a la sofisticada vestimenta que utilizaban los
ingleses, como un falso disfraz de superioridad y derroche. Por ello, aunque
fuera abogado, optó por manufacturar su sencillísimo atuendo blanco, como parte
de un movimiento denominado Swadeshi, que tenía por finalidad demostrar
que los indios no necesitaban de la elegancia inglesa para tener dignidad. Se
hablaba de la superioridad moral, de la autosuficiencia fuera del consumismo
banal. Como dato curioso, la India, aun ostenta como símbolo central de su bandera
la charkha, que es precisamente la rueca que utilizaba Gandhi para hacer
su propia ropa.
La crisis ambiental puede tener solución si descolonizamos nuestro
imaginario y comenzamos una gradual desprogramación sobre aquello que parece
tan cotidiano e incuestionable. ¿qué nos impide quitarnos la ropa si tenemos
mucho calor?, ¿por qué es mal visto que una mujer pueda andar tranquila con su
pecho descubierto?. En realidad, estamos negando nuestra esencia, nuestro
cuerpo, nuestra propia naturaleza. Somos injustos con nosotros mismos sin
siquiera saberlo.
Autor. Luis Gabriel Urquieta
FONTE:
http://www.revistamundoverde.net/articulos/pezones-femeninos-desnudez-y-ambiente?utm_source=twitterfeed&utm_medium=twitter
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